Una Mica de Música

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Winnipeg: cuando la libertad tuvo nombre de barco

Posted by Nicole i Natalie on 19:35 in

Winnipeg: cuando la libertad tuvo nombre de barco[1]

El 10 de Febrero de 1939 las tropas franquistas ocuparon Cataluña, dando fin a la guerra civil en este territorio; no obstante, lo que vendría después para los republicanos sería tanto o mucho peor que lo sucedido en esos tres horrible años. El exilio los obligó a alejarse de su tierra, para miles de republicanos, Francia era definitivamente la única alternativa. Desde el sábado 28 de enero hasta el domingo 5 de febrero, habían logrado cruzar la frontera francesa 170.000 mujeres y niños, 60.000 hombres y 10.000 heridos, cifras que irían en vertiginoso aumento hasta pronto superar el medio millón de personas. (Ferrer Mir, 1989). Sin embargo, para llegar a Francia era necesario cruzar los pirineos en pleno invierno, misión sumamente dificultosa considerando que los exiliados no solamente llevaban en sus espaldas el dolor de la guerra y la incertidumbre de lo que sucedería al día siguiente, sino que también cargaban con las pocas pertenencias que lograron salvar de los bombardeos y saqueos producidos por las tropas enemigas. El camino hacia el exilio se convertía así en lastimosas caravanas que enfilaban por distintos senderos pirenaicos: familias completas con ancianas abuelas y niños en brazos, mujeres embarazadas, hombres extenuados, combatientes que aún conservaban el fusil y el ideal de recuperar la República, pues para ellos esa derrota no era definitiva. (Ferrer Mir: 1989) Por esta razón y producto de los grandes esfuerzos que requería el trayecto por el difícil camino, es  que no todos consiguieron ver las luces de la ciudad y murieron en el intento.  Por otra parte, para muchos de los que lo lograron, llegar a Francia significó el arribo a una tierra desconocida en la cual dejarían atrás toda su vida y se verían obligados a recomenzar a partir de cero, sin ninguna certidumbre y con el corazón plagado de temores. Las condiciones de vida de muchos cambiaron drásticamente, el exilio significó llegar prácticamente con lo puesto y tener que hacer grandes sacrificios para poder sobrevivir. La pobreza, el frío y el hambre se convirtieron en  elementos recurrentes que acompañaban a los exiliados y a los cuáles, muchas veces, terminaron por acostumbrarse. Las enfermedades y el sufrimiento no estuvieron ausentes en este periodo; la situación era tan crítica que sobre la arena de las playas del sur de Francia, refugiados republicanos derramaban en silencio sus lágrimas y otros sucumbían víctimas de la enfermedad, del hambre y de la añoranza, como le ocurrió al conocido poeta Antonio Machado en el pequeño pueblo de Colliure. (Ferrer Mir: 1989) Para otros, los menos, en cambio, Francia se convertía en la esperanza de una nueva oportunidad para recomenzar.

En esta misma época, en el país más largo y angosto del mundo, el gobierno estaba a cargo del presidente Pedro Aguirre Cerda, quien había sido electo en forma democrática en Octubre de 1938, encabezando así el gobierno del llamado frente popular. Uno de los grandes propiciadores del triunfo de Aguirre Cerda y colaborador importantísimo en su gobierno fue el poeta Pablo Neruda, quien al enterarse de la situación que se vivía en la península y embargado del enorme amor que sentía por España y Catalunya (donde había sido cónsul) no dudó en pedirle al presidente que le permitiera involucrarse en el conflicto y ayudar a los exiliados trayéndolos asilados a Chile. Como sostiene Jaime Ferrer Mir, el amor que Neruda había aprendido a sentir por España y su gente—huella imborrable dejó en él el cobarde asesinato de su entrañable amigo Federico García Lorca— lo impulsó a solicitarle al presidente Aguirre Cerda que lo designara cónsul encargado de la emigración española con sede en Paris; de esta manera, Neruda emprende el viaje hacia Francia con la intención de hacer lo que, posteriormente él mismo confesó, sería “la más noble misión que he ejercido en mi vida: la de sacar españoles de sus prisiones y enviarlos a mi patria. Así podría mi poesía desparramarse como una luz radiante venida desde América entre esos montones de hombres cargados como nadie de sufrimiento y heroísmo. Así mi poesía llegaría a confundirse con la ayuda material de América que, al recibir a los españoles, pagaba una deuda inmemorial”. En Abril de 1939 el poeta Pablo Neruda se encontraba en Francia, haciendo todos los preparativos para el viaje en el que embarcarían miles de refugiados españoles, idealmente, antes  que llegara ese fantasma que se veía venir y que ya rondaba Europa: la segunda guerra mundial.
Con la valiosa ayuda del poeta, el gobierno republicano en el exilio, a través del servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), implementó el vapor Winnipeg con la finalidad de proceder al traslado de más de 2.000 refugiados a Chile;  el Winnipeg era un viejo navío de carga francés, que habitualmente cubría el trayecto de Marsella a las costas de África con una escasa tripulación no superior a 17 marinos. Había prestado servicios como transporte de tropas durante la Primera Guerra Mundial. En uno de los muelles del puerto de Trompeloup, cercano a Burdeos, rápidamente comenzó a ser acondicionado con literas de madera en tres niveles, ocupando cada centímetro de las malolientes bodegas. (Ferrer Mir: 1989) Finalmente, el día 4 de Agosto de 1939, en el puerto de Trompeloup volvían a encontrarse miles de familias que durante años no se veían y no sabían unos de otros; todos ellos, con las maletas llenas de ilusiones por embarcarse y recomenzar en una tierra lejana de la cual poco y nada sabían; pero de lo único que tenían seguridad es que se llamaba Chile. De esta manera, la travesía del Winnipeg durante casi un mes llega a su fin y el 3 de Septiembre de 1939 arriban a tierra chilena miles de españoles y catalanes que veían realizados sus anhelos de libertad y que extasiados contemplaban las luces de los cerros de Valparaíso, esa hermosa y verdadera tierra prometida por Neruda. Comenzaba así la posibilidad de rehacer su vida y devolver, mediante su trabajo, la hospitalidad y asilo que el gobierno chileno a nombre de todo su pueblo les había brindado. Aquel día no solamente fue especial para los recién llegados, sino que también para los chilenos que se acercaron a recibirlos y en donde con  manos fraternas acogieron a los inmigrantes, rescatados por el humanitario corazón de Neruda, para quienes, a contar de ese momento, la esperanza comenzó a ser una realidad. Y para el poeta, su misión de amor, el magno poema de toda su creación. (Ferrer Mir: 1989)




"Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece.
 Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie."- 
Pablo Neruda


Misión de amor
 

Yo los puse en mi barco.
Era de día y Francia
su vestido de lujo
de cada día tuvo aquella vez,
fue la misma claridad de vino y aire
su ropaje de diosa forestal.
Mi navío esperaba
con su remoto nombre “Winnipeg”
Pero mis españoles no venían
de Versalles,
del baile plateado,
de las viejas alfombras de amaranto,
de las copas que trinan
con el vino,
no, de allí no venían,
no, de allí no venían.
De más lejos,
de campos de prisiones,
de las arenas negras
del Sahara,
de ásperos escondrijos
donde yacieron
hambrientos y desnudos,
allí a mi barco claro,
al navío en el mar, a la esperanza
acudieron llamados uno a uno
por mí, desde sus cárceles,
desde las fortalezas
de Francia tambaleante
por mi boca llamados
acudieron,
Saavedra, dije, y vino el albañil,
Zúñiga, dije, y allí estaba,
Roces, llamé, y llegó con severa sonrisa,
grité, Alberti! y con manos de cuarzo
acudió la poesía.

Labriegos, carpinteros,
pescadores,
torneros, maquinistas,
alfareros, curtidores:
se iba poblando el barco
que partía a mi patria.
Yo sentía en los dedos

las semillas
de España
que rescaté yo mismo y esparcí
sobre el mar, dirigidas
a la paz
de las praderas.


Pablo Neruda: “Memorial de Isla Negra”

A la llegada del Winnipeg, el gran poeta de Chile y responsable del arribo de tantos catalanes, muchos de ellos grandes personajes y contribuyentes de la cultura nacional, proclama el siguiente discurso:

“En esta tierra de poesía y libertad, estamos contentos de recibiros, jóvenes que defendisteis la libertad al lado de vuestro pueblo. Y ya que llegáis al final del Pacífico, el más ancho camino del planeta dado al mundo por otros españoles peregrinos, que sea éste también el punto de regreso, porque cuando en toda la tierra germina la libertad, tenéis más derechos que nadie para reclamarla para los españoles, ya que fuisteis los primeros en combatir por ella.
Queridos hermanos: os amábamos desde hace tanto tiempo, que casi no necesitábamos escucharos. Vuestra condición de valientes iluminaba desde cualquier rincón las numerosas tierras americanas. Habéis querido atravesar las más profundas aguas marinas del planeta para que miráramos en este minuto vertiginoso vuestros rostros que representan para nosotros la dignidad humana universal. Mirad vosotros también el rostro innumerable del pueblo que os acoge, entrad cantando, porque así lo queremos, en nuestra primavera marina, tocad todos los rincones minerales del ancho corazón de Chile, porque ya lo sabéis, ya os lo habrán contado las guitarras: cuando el pueblo de Chile da el corazón, lo da entero y para siempre a los que como vosotros, de manera tan alta, supieron cantar y combatir.
Chilenos: aquí los tenéis: por su boca hablará España.”


 
 



[1] Titulo del libro de  Angélina Vásquez (Ediciones Meigas, Con el patrocino del ICI. Agosto de 1989)


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